martes

Más Literatura Birmana

Nota previa.


El hallazgo del relato que van a leer a continuación significó para mi un hecho casi milagroso. Sucedió años después de nuestro encuentro fortuito con Dee Jo Pai, años después de que César Ruiz-Tagle y Alexi La Bàs sacaran a la luz sus pequeñas ediciones, cuando ya habíamos perdido la esperanza de descubrir algún otro escritor birmano perdido en la diáspora de la guerra. El descubrimiento se produjo en una pequeña librería de París, se trataba de una pequeña recopilación de relatos del sudeste asiático e India publicado a mediados de los ochenta. Al descubrir un relato de un supuesto autor birmano mi pulso se disparó. Lo primero que hice fue buscar información sobre la traductora, Virginie Ooy, ya que, como era de esperar, el escritor Saw Htoo era un completo desconocido. La propia Virginie Ooy fue todo un descubrimiento, hija de emigrantes birmanos había hecho contactos con muchos de los escritores errantes de su país a lo largo de los años. Desde entonces ella ha sido una de las pocas fuentes fiables de textos birmanos contemporáneos que tenemos. Pero ni siquiera ella conoció personalmente al misterioso escritor que comparte nombre con los famosos gemelos guerrilleros. Todo lo que nos queda de Saw Htoo es la breve correspondencia que mantuvo con Virginie Ooy durante unos meses y este relato, otra pequeña muestra, siempre insuficiente, de una narrativa perdida en el tiempo y el espacio, quién sabe si para siempre. Espero que lo disfruten.


Leandro Romaña.




Pelea de Hormigas (1981).


Por Saw Htoo. Extraído de "Douze contes du sud d'Asia" . Éditorial Imaginaire (1984).


Traducido al francés por Virginie Ooy. Traducido del francés por Leandro Romaña.


Cuando era niño tenía un defecto en los pies, esto hizo que no fuera demasiado popular en el patio de mi colegio, a las afueras de Rangún. Mis movimientos eran torpes y cuando tenía que correr siempre lo hacía más lento que los demás. Al final ningún niño me quería en su equipo cuando se organizaba algún juego y acabé por pasar los recreos y las tardes de mi infancia yo solo. Esto hizo crecer en mi el interés por otras cosas como la lectura y la observación de la naturaleza. Al llegar a la pubertad desarrollé también una cierta misantropía. Me producía una constante frustración mi incapacidad para relacionarme con el resto de mis compañeros y compañeras. Se puede decir que no tenía amigos y mucho menos amigas.

Sin embargo en una ocasión, a la edad de 13 años, hice una amiga. Ella se llamaba Aung y era la hija de un socio de mi padre. Su madre había muerto hacía poco y mi padre propuso que se quedara con nosotros una temporada. Contra todo pronóstico (ella era dos años mayor que yo) nos hicimos amigos muy rápidamente. Aquella amistad supuso para mi un motivo de gozo y a la vez una tortura, debido a que poco a poco e inevitablemente me fui enamorando de Aung hasta tal punto que se puede decir que fue la primera vez que experimenté un fuerte deseo sexual por una mujer.

La mente de un adolescente es un caos que puede llegar a generar cualquier tipo de cosa, más aún cuando se trata de un adolescente con tendencia al aislamiento social, como era mi caso. Lo que generó mi mente fue un pasatiempo más bien sádico, las peleas de hormigas. Estas fueron también la causa de mi fracaso con Aung.

Organizar una pelea de hormigas es algo en realidad muy sencillo. Para empezar tienes que buscar dos hormigas soldado, son las más fieras y más grandes y se suelen encontrar merodeando en las entradas de los hormigueros. Una vez que has capturado a las hormigas tienes que arrancarles las antenas con muchísimo cuidado para que al desprenderlas no arrastres parte de su masa encefálica, porque si ocurre esto la hormiga queda inservible para la pelea. Al ser despojadas de las antenas las hormigas pierden su única herramienta de comunicación y no son capaces de reconocer a sus hermanas. Por eso al enfrentarlas éstas se atacan hasta la muerte. No podría explicar por qué lo hacía, pero el caso es que esto me hacía sentir muy bien, más que bien, me hacía sentir como un ser superior. Supongo que fue por eso por lo que se lo conté a Aung.

Ella al principio pensó que se trataba de una broma, pero logré convencerle de lo contrario y le propuse hacerle una demostración. Ella se quedó en silencio mirándome y después de un breve espacio de tiempo accedió. No podría describir el sentimiento de euforia y el terrible nerviosismo que experimenté mientras realizaba todo el proceso. Estaba frenético, ni siquiera sentía las mordeduras de las hormigas en mis dedos mientras les arrancaba las antenas. Aung sin embargo permaneció en todo momento quieta y en silencio a mi lado, tanto que casi la olvidé hasta el final de la pelea. Cuando todo acabó me volví hacia ella con un gesto de victoria, mientras sostenía en mi mano sudorosa a la hormiga vencedora. Su mirada fue algo que nunca podré olvidar, algo que todavía hace que me estremezca al recordarlo, había una mezcla de desprecio e incomprensión que me dejó absolutamente helado. Instintivamente agaché la cabeza, cuando la volví a levantar ella se había ido. Aquella fue mi última pelea de hormigas.

Aún hoy cuando veo un hormiguero, o una hilera de hormigas atravesando la habitación hacia la despensa siento una mezcla de miedo y repugnancia. Aún hoy en ocasiones sueño que estoy enterrado vivo y una infinidad de hormigas me devoran lentamente. Pero lo peor es que cuando esto me pasa siempre pienso en Aung y en su mirada horrorizada y siempre que pienso en esto no puedo evitar bajar la cabeza y sentir una fuerte náusea.


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