Los últimos meses todos hemos sido golpeados por la polémica. La única persona que podría poner fin a esto, de una vez por todas, es Renata Tarsio. Pero Renata Tarsio no está. Renata desapareció y desde entonces no dejan de aparecer acusaciones de asesinato y notas de suicidio por todas partes. Renata Tarsio es todo lo que podamos imaginar, es más, es mucho más que todo. Y no hay nada que pueda ser mucho más que todo. Pero ¿Qué ha ocurrido?.
Hace pocos meses el escritor filipino Queveco Chao publicó su último libro No contéis conmigo aún (2012). Se trata de una colección de relatos que vendría a completar una trilogía iniciada por Perros del ayer (1995) y continuada por La misma lluvia de todos los años (1999). Sin haber sido nunca un verdadero best-seller lo cierto es que Queveco goza de cierta fama en su país y en el exterior. Su contacto y su afinidad con el movimiento plagiarista es obvio, de hecho se le considera el máximo exponente del plagiarismo en Filipinas. Teniendo esto en cuenta sorprende mucho más lo que ha pasado, pero ¿sorprende de verdad?. Francamente no tanto. El mundo de la literatura es un enjambre en el que hay muchísimos más zánganos que obreras y muchas más reinonas que reinas. El plagiarismo apenas escapa a esto si es que escapa (y yo creo que no). El mundo literario es una casa de putas y el plagiarismo es una casa de putas. Leandro, César y yo somos putas, Virginie es puta, Renata desde luego es o era puta, Binya Waru es puta, Kokoro Pattani es una vieja puta y Dee Jo Pai y toda esa turba de escritores birmanos son un pandilla de putas requeteputas. Yo no sé qué motivos tendrá Queveco para decir las cosas que dice en "El amor nauseabundo" (el relato que cierra su último libro). No sé si son ciertas o no, y no sé por qué Leandro ha decidido callar por respuesta y dejar que vaya cayendo toda la mierda sobre él sin protestar. En el relato aparece Renata, sí; aparece Leandro, sí; y aparece el propio Queveco. Pero ¿hay algo de verdad en él?.
No tengo ni idea y no me importa. Amigos esto es literatura, esto es literatura y es tan real como la vida misma. Tan real como la suciedad que se amontona en las calles, como el polvo y la cal que se pegan a los cristales que no limpias nunca, como el humo que se adhiere a tus pulmones cuando fumas o cuando sales a la calle y respiras todo eso que parece que es aire, pero no lo es. La literatura es tan real y tan sucia como todo eso, tan real y tan sucia como la vida. Quiero pensar que toda la polémica que ha habido alrededor de todos nosotros los últimos meses no es más, en el fondo, que una polémica sobre la literatura, sobre el fondo y la forma de la literatura, sobre su alma (si la tiene) y su necesidad (si la hay).
Queveco es un tipo difícil, eso lo sabemos, un tipo duro, algo siniestro, algunos dicen que violento... Para mi es simplemente un escritor, un escritor eso sí abrupto, duro, algo siniestro, algunos dicen que violento...
Honorio Chaves.
EL AMOR
NAUSEABUNDO, por Queveco Chao.
Debió ser una
mañana calurosa, porque en esta isla de los cojones todas las
mañanas son calurosas, excepto cuando llueve, que también hace
calor pero además llueve. Debió ser una mañana, en definitiva,
como todas. Así que me fui a la playa a beber como quien se va un
poco a tomar por el culo.
Debía llevar un
tiempo allí (porque ya estaba algo borracho) cuando me fijé en la
chica. Debía llevar también un buen rato allí porque ya tenía
montado todo el estaribel. Allí estaba recortando pedazos largos y
finos de papel con sus tijerotas (unas tijeras de esas grandes como
las que usan los pescaderos) y dejándolos cuidadosamente sobre las
tablas, procedentes de cajas de fruta viejas o desguazadas, con que
había construido esa especie de mesa precaria. En fin, me fijé en
ella y me pregunté cómo no lo había hecho antes. Llamaba la
atención, la verdad. Tenía la piel tostada claro, como todo el
mundo aquí, los dedos largos y finos, el pelo marrón oscuro no muy
largo y revuelto y lleno de arena, los labios rojos rojísimos y los
ojos dorados. Los ojos dorados (un poco verdosos) de loca más
dorados y más de loca que he visto nunca. Estaba tan ensimismada que
al principio me pareció una chiquilla jugando, después me fijé y
me di cuenta de que de chiquilla no tenía nada. Era joven, desde
luego, pero no mucho más que yo, aunque, en realidad, no creo que
pasara de veinticinco. Igual no pasaba ni de veinte. Qué se yo. Lo
cierto es que la primera vez que me miró desde lejos con esos ojos
dorados de loca se me puso un nudo en la garganta que ni se imaginan,
de verdad, no se imaginan. Sonreí como pude y saludé con la mano,
ella claro también sonrió y saludó. No me quedó más remedio que
acercarme. Al hacerlo me di cuenta de que apenas llevaba ropa, la
parte de abajo de un bikini y una camisa blanca con rayas rojas muy
finas de hombre, muy abierta, remangada y anudada por encima del
ombligo. Por otro lado era un atuendo bastante normal, yo llevaba
unas bermudas muy cortas y una camisa de manga corta azul
completamente abierta, ya les he hablado del calor que hace aquí
¿no?. De todos modos entiendo que a cualquiera le hubiera parecido
erótico, a mi desde luego me lo pareció, muy erótico qué coño.
Pensé que era una prostituta porque la mayoría de las chicas
jóvenes que se ven por la playa lo son, la verdad. Llegué a donde
estaba y me senté frente a ella, al otro lado del tinglado aquél.
Señalé con el cuello de la botella. Le pregunté que qué hacía.
Me contó que recortaba las frases que más le gustaban o divertían
de textos que no le gustaban o aburrían y las ordenaba después
según su criterio, formando nuevos textos que le gustaban o le
divertían. Le expliqué que me parecía el mejor criterio posible a
la hora de escribir algo. Ojalá todos los escritores del mundo
siguieran siempre ese criterio, nos evitaríamos tener que leer tanta
mierda como leemos, pero en fin. La chica, me dijo, se llamaba
Renata. Algunos de los textos estaban manuscritos, otros
mecanografiados, otros eran páginas arrancadas de libros, revistas o
periódicos. ¿De dónde sacaba Renata aquellos textos?. ¿De dónde
sacas, Renata, estos textos? Pregunté. Renata era, efectivamente,
prostituta. Y conocía, supongo que por su profesión tan propicia
para conocer gente nueva, a multitud de escritores y poetas que, al
contrario que el resto de sus clientes se enamoraban de ella y que,
al contrario que el resto de sus clientes, casi nunca podían
pagarla. Excepto con aquellos escritos que tanto aburrían a Renata y
tan poco le gustaban. Me regalan poemas, cuentos, libros... muchos
libros, pero son malos, la verdad, supongo que se esfuerzan por
impresionarme, quieren que me enamore de ellos y me hablan de amor
¿De amor? ¡Amor! y ¿Qué coño es eso? me pregunto, en fin, la
vida es un asco, pero son buenos chicos en el fondo. Eso me decía
Renata, mientras tanto yo le miraba de vez en cuando las tetas, el
ombligo, las piernas y todo lo que Renata dejaba ver, que era casi
todo. Qué clase de cerdo soy, pensaba ¿La clase de cerdo que viene
hasta aquí desde Estados Unidos o Europa para contratar a Renata y a
chicas como Renata y follárselas? ¿O la clase de cerdo que las
esclaviza y las obliga a vivir de esa manera? ¿Quizás esa otra
clase de cerdo que ronda a las Renatas de este mundo y se enamora de
ellas para no sentirse un cerdo cuando se las folla por dinero?. No
lo sé, lo dejo a su elección amigos lectores. Uno no puede ser
nunca un buen juez de si mismo ¿Verdad?. La vida era un asco y
Renata muy joven. Y yo era un asqueroso y me entraban ganas de
ilusionarme con seducir a Renata y hablarle de amor y huir, huir de
allí. Pero no hice nada de eso, seguí bebiendo y mirando a Renata
componer sus divertidos e inteligentes poemas.
Sueño
que tengo un falo descomunal
minutos
antes del amanecer.
Está
desnuda, está caminando.
Lo
que generó mi mente fue un
animal
capaz de quitarse la vida.
Antes
de decir au revoir, les ruego:
la
causa de mi fracaso con Aung
me
besa y se despide de mí
y,
entonces sí, volver a enamorarme
me
importa un bledo.
Y así
sucesivamente. Como si no estuviera. Pero estaba, yo lo sabía, ella
lo sabía. Vaya si lo sabía. Sudaba, empecé a ponerme un poco
nervioso. Esos poetas Renata ¿De dónde son?. Asiáticos, la
mayoría. De China, de Singapur, de Tailandia, de Vietnam, de
Birmania... de Filipinas como tú ninguno. Y sonríe y me dice sin
dejar nunca su tarea. Ahora me rondan dos españoles, pero no me
quieren a mi, quieren que les hable de ellos, de los escritores, que
les enseñe sus trabajos ¿Te lo puedes creer? Menudos gilipollas, ya
verás cuando vean lo que hago yo con esos trabajos. Y se ríe, esta
vez sí, a carcajadas. Yo también me reí, un poco forzado. Empezaba
a tener una sensación muy desagradable en la boca del estómago.
La mañana se
esfumó. Fui a un bar a por comida y mucha cerveza. Volví a la playa
con Renata y me quedé allí toda la tarde, yendo y viniendo de vez
en cuando para ir a por más cerveza. Llovió un poco a media tarde.
Hacía calor, siempre hace calor en esta puta isla. Deseé a Renata,
la deseé tanto que pensé que iba a desmayarme, fumaba, bebía, la
miraba y la deseaba. Recogió su tinglado y nos metimos en el agua.
Nos rozamos, con los brazos, con las piernas, nos rozamos, desnudos.
Deseé no volver a salir del agua, deseé ahogarme allí mismo, pero
deseé más a Renata. Volvió a salir el sol, salimos.
Renata se fue y yo
quise seguirla. Quería poseerla, que fuera mía, mía joder, de
nadie más, mía. Quise mandarlo todo a la mierda, mi moral, mi vida,
su vida, a la mierda. Pagarla, pagarla y que fuera mía. Comprarla.
Pero sentía náuseas, se me cortaba la respiración, me temblaban
las piernas. Y no hubo nada que hacer. Se fue.
Volví a casa
vomitando cada vez que me encontraba con un viejo occidental del
brazo de una puta con cuerpo de niña, o de una niña con cuerpo de
puta. Vomité y vomité hasta llegar a casa. Al día siguiente busqué
a Renata en la playa y no la encontré. La busqué por los bares y
los burdeles, por los hoteles, por los paseos, por los peores barrios
de la ciudad y por los mejores, por los hospitales y las clínicas de
enfermedades venéreas. No la encontré. La vida es un asco, amigos.
Y Renata era muy joven. Con el tiempo descubrí que aquella noche
había salido con los españoles, aquellos a los que Renata no les
interesaba. Por lo visto a uno de ellos sí que le interesó. Se la
llevó el muy hijo de puta. No pude hacer nada. Le robó sus poemas,
le robó su alma. No pude hacer nada. No quedó nada de Renata, no
dejó nada. Descubrí su nombre, Leandro Romaña. El infame Romaña,
el putero, cerdo, cabrón, hijo de la gran puta. El ladrón Romaña.
El asesino Romaña. Dios te maldiga, Dios te maldiga Leandro Romaña.
1 comentario:
Me gusta este texto (mentira).
Entrada emitida desde un país exótico y motivada por el acoso al que me somete FBC.
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